
Nos ha dejado Vicente Gimeno. Procesalista. Profesor en el sentido propio de la palabra, en su integridad. Amigo y soñador de un mundo mejor.
Vicente Gimeno formaba parte de ese grupo de ilustres catedráticos de Derecho procesal, que me gusta denominar “de la democracia”; aquellos que accedieron a la cátedra en la década de los setenta y primera parte de los ochenta que, con un profundo conocimiento de las bases conceptuales de la asignatura, -de la que ahora se adolece en buena parte-, pero a la vez conscientes de la necesidad de construir un Estado de derecho, forjaron las bases de un proceso que se acomodara a tal exigencia y fuera respetuoso con los derechos humanos. Una tarea que se presentaba compleja, pero que pudo llevarse a buen término por aquella generación que debe permanecer en el recuerdo y ser respetada por su valía, valentía, esfuerzo y honestidad intelectual y humana.
Vicente Gimeno, parte esencial de aquella generación, brilló con luz propia en el proceso penal, así como en la defensa de la independencia de la Jurisdicción y la de los propios jueces y magistrados, elemento esencial del sistema democrático que, no obstante, de nuevo, aunque con formas y argumentos aparentes, empieza a debilitarse. Brillantes fueron sus trabajos sobre la Audiencia Nacional, que deben ser leídos ante la eventualidad de que el fiscal investigador no se someta a exigencias de predeterminación legal, lo que él mantenía. Brillante su defensa de la libertad en tantas obras. Brillante su rechazo al sistema inquisitivo y con pocas concesiones a las excepciones al valor probatorio de los actos de investigación, menos aún a los policiales. Brillante su pasión por la igualdad. Y brillante y mucho, para sus discípulos, su tendencia a asumir posiciones eclécticas en muchas de las grandes discusiones, clásicas, que entroncan con los conceptos fundamentales de la materia, tales como la función del proceso o su naturaleza. Y es que siempre creyó que la verdad es compartida y que todo razonamiento honesto y todo esfuerzo intelectual merecen respeto y atención. Esa sencillez o humildad es valor que nos transmitió y asumimos.
Integramos una escuela abierta porque así lo aprendimos. Y creemos firmemente en la libertad y en la necesidad de relativizar lo que puede ser relativizado. Y lo intelectual siempre lo es si quiere ser tal y racional. Mucho le debemos, por sus enseñanzas y su forma de ser y estar en el mundo y en la Universidad, institución que quería profundamente y cuya pasión transmitió a quienes le conocimos.
Hay que valorar al Vicente Gimeno de sus primeros tiempos, aquellos en los que lo asumido por la ley, la jurisprudencia y la doctrina hoy, era un simple anhelo de cambio. Sus primeras obras constituían un canto a la democracia, una aspiración que pocos sentían de verdad, como él hizo o, al menos, con el convencimiento profundo que acompañaba siempre a sus ideas, aunque, recordémoslo, nunca con una palabra hiriente a quien pensaba de forma contraria. Me enseñó a mantener mis posiciones en el respeto y las formas amables de crítica, pues la Universidad es lugar de saber y unir, conocimientos y anhelos, nunca de lucha de verdades únicas e inatacables. Solo se progresa si se disiente, pero ese progreso exige la aceptación de la verdad del otro. Palabras y magisterio que en tiempos de confrontación son como un bálsamo y que encierran una forma de entender la Academia.
Por eso fue tan querido y admirado. Y es que el valor de la ciencia se debilita si no va acompañado de un comportamiento personal que haga fuerte y veraz lo que se predica.
No es este el lugar, como habéis comprobado, de ensalzar su obra. Todos la conocemos y la hemos estudiado. Es el de guardar silencio y meditar sobre una forma de ser y estar en una Universidad plegada a la burocracia y a las formas, no al contenido y a la exigencia. No entendía Bolonia, esa Bolonia que ha repudiado a los Maestros y atacado a las escuelas de pensamiento. Solo los rechazan aquellos que no lo tuvieron o no supieron ver el significado de serlo. Yo sí lo tuve. Y me siento orgulloso de ello.
Las muestras de condolencia recibidas han sido tantas y de tantos, sin distinción alguna, que son la mejor prueba del afecto y respeto que consiguió hacia su persona. Seguirá ahí, en sus trabajos, que siguen siendo de actualidad pues se mantenía joven, siendo por ello capaz de adaptarse a los tiempos con una flexibilidad difícil de encontrar en quienes han culminado su vida académica. Y seguirá en el recuerdo de todos.
Descanse en paz mi querido Maestro. Dios lo habrá acogido en su gloria. Siempre lo hace con quienes lo merecen.
José María Asencio Mellado
Catedrático de Derecho Procesal
Universidad de Alicante